Buenos Aires-Moscú, aventura de 22 horas

Llegar a Moscú desde Buenos Aires toma unas 22 horas de avión contando las dos escalas que efectúa el vuelo TK0016 de Turkish Airlines en Sao Paulo y Estambul. El primer stop no involucra un cambio de máquina. Dura poco más de una hora y media. El tiempo que el personal de mantenimiento del aeropuerto de Guarulhos pasa la aspiradora, acondiciona el Boeing 777-300ER, facilita que los pasajeros que suben en la metrópoli brasileña encuentren todo aseado, y el jet carga combustible para la travesía transoceánica.

Para los que venimos de la capital argentina la parada resulta molesta. Quizá sea necesaria, pero iniciada la madrugada, semejante ajetreo conspira contra la necesidad de descansar pensando en lo que viene. Ya de por sí es difícil dormir correctamente en un avión, imagínense cuando a uno le cortan el sueño en medio de la noche y un pequeño ejército de trabajadores, aún bien intencionados, se adueña de la escena.

El personal de la aerolínea turca, elegida la mejor del año en 2016, ofrece un trato exquisito y eso siempre es de agradecer. No es un viaje cualquiera. Hay que atravesar buena parte del planeta para arribar a Moscú. 10.634,51 kilómetros separan Sao Paulo (distante 2.232,60 kilómetros de Buenos Aires) de Estambul. Y la capital de Turquía, donde cambiamos de avión, se encuentra a 1.759,04 de la de Rusia. En total recorremos 14.626,15 kilómetros hasta tocar tierra en el país más grande del mundo. Anfitrión del Mundial de 2018 y de la Copa de las Confederaciones, torneo instalado desde 1992, cuando Argentina ganó la primera edición al vencer (3-1) a Arabia Saudita, como el aperitivo formal de cada copa del mundo, un año antes del gran evento.

He reservado a través de Booking.com todos los alojamientos en distintos hóstels de cada ciudad sede del Mundial 2018, y a través de Viajes Increíbles he organizado la travesía de manera tal que nos espere un tránsfer en cada aeropuerto/estación de tren/lo que toque en cada urbe, para llevarnos a cada lugar de hospedaje. Lo mismo he dejado preparado para cada vez que debamos abandonar nuestro alojamiento junto a Carolina Grillo, a fin de que no tengamos que padecer contratiempos y lleguemos en hora a abordar avión, tren o bus para trasladarnos a la ciudad siguiente.

Pronto vamos a constatar la intensidad de un calendario que prevé un promedio de dos días por ciudad, exceptuando Moscú y San Petesburgo, donde vamos a permanecer algo más tiempo porque así nos lo han aconsejado. El Mundial se va a disputar en la zona oeste de Rusia. Ni siquiera en la mitad del territorio (el país abarca 17.098.242 kilómetros cuadrados en total) pero aún así las distancias que vamos a cubrir son enormes.

Llegados al hóstel en Moscú, sin embargo, surge el primer inconveniente. Y es complicado de sortear. Booking.com me informó que desde hace tiempo soy "pasajero 'genius'", con lo que puedo solicitar ingresar a un alojamiento antes de la hora del check in, sin mediar problemas. El punto es que en el Hóstel Kalinka nadie atiende cuando llamamos a la puerta. Está en el centro de Moscú, pero la vista nos ofrece un lugar de dudosa reputación. Una pared de improvisados cartones torcidos, puestos de cualquier manera, cubren las ventanas de la planta baja y del primer piso que dan a la calle. Algún inquilino nos mira incrédulo con cara de "¿qué hace esa pareja de locos ahí, con el frío que hace?".

Ha jugado Lanús por la Copa Sudamericana en Buenos Aires, y por fortuna encontramos a Yasmín Brunetti y Wally Guglielmi, nuestros amigos de Viajes Increíbles, despiertos y felices. Casi media hora pasó de las 23 en Argentina. En Moscú son cerca de las 05.30AM. Después de que tras llamar por teléfono a la recepción desde la calle, una señora mayor rubia con estética de bruja moderna, esto es, con su cabellera alborotada y uñas postizas pintadas con fragor, nos atiende de muy mal humor y casi nos arroja de mala manera a un sillón desvencijado frente a su kichinet, en el primer subsuelo, reaccionamos. Cansados del viaje, le pedimos ayuda a Yasmín, quien nos orienta para que vayamos a un establecimiento que está a la vuelta del que había acordado casi 3 meses antes. Por suerte, en el Godzilla's Hóstel el personal es correcto, entusiasta, y pronto nos ubican en una habitación que vale la pena habitar.

Nos vamos a acordar siempre de esta peculiar llegada a Moscú, preludio de nuestra cobertura informativa sobre cómo se prepara Rusia para organizar su primera Copa del Mundo. El vuelo fue cansador pero estupendo, Con dos muy buenos servicios gastronómicos. Cubiertos de metal para disfrutar la experiencia de comer en el avión y degustar manjares como los quesos turcos, la mousse de chocolate y/o frutilla, las ensaladas, y el pollo a la parrilla con verduras grilladas, o la pasta. Pero nos queda claro de entrada la dificultad que entraña en este país implementar un plan B, ya sea por lo complicado de vencer la barrera del idioma al no encontrar fácilmente gente que sepa hablar en inglés, o por lo estructurada que resulta la población mayor a los 50 años. Hay otra valla ahí que tiene que ver con el tardío despertar de una sociedad cuya juventud desea abrirse al mundo para dejar atrás la cultura endogámica impuesta por sus mayores.

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