Boletos de colectivo porteño en Kaliningrado



San Petersburgo y Moscú te dejan un montón de imágenes. Las interminables escaleras que conducen al subte. Los edificios históricos. La elegancia zarista. La herencia soviética. Detalles de todo tipo. Aunque la relación y el trato con la gente comienzan a hacerse más cercanos en la vieja Leningrado que en la capital.

Parece un dato insignificante, pero sirve como ejemplo de ello la facilidad para encontrar negocios amables en una plaza céntrica como la venta de pescado al peso frente a la estación Dostoyevskaya de metro. En la city moscovita, imposible.

El itinerario de nuestro viaje nos lleva ahora a Kaliningrado, la antigua Königsberg orgullo de Prusia. Enclavada geográficamente entre Polonia y Lituania, Kaliningrado se siente rusa pese a estar ubicada a casi 700 kilómetros de un continente que a primera vista parece no contenerla. ¿Un consejo? Si van a Kaliningrado (España jugará en el estadio de la ciudad el 25 de junio frente a Marruecos en el marco del grupo B del Mundial) y Bélgica e Inglaterra se medirán tres días después en un partidazo; madruguen y viajen 35 minutos en avión.

Este aeropuerto es minúsculo, menos que provincial. Aunque nos dicen que se está construyendo el nuevo. Es que Rusia ha encontrado en la Copa del Mundo una excusa excelente para actualizarse. Imaginen, hay un montón de ciudades a las que hasta 1991 no era posible entrar.

La segunda recomendación para hacerles es el alojamiento. Si el presupuesto es corto, el Like Hóstel sobre la calle Tikhaya es una opción excelente. Eso sí, mejor traerse las bebidas de fuera y no sacarlas del frigobar para evitar que Gala, Tanya y Genia, las simpáticas veinteañeras que lo atienden, incluyan el importe en la cuenta. Las chicas me piden que pague ahora porque al momento de dejar el hóstel será muy temprano y no habrá quien pueda hacer el check out con tranquilidad.

Por el fin de semana han recibido un curso de niñas de la escuela primaria que vienen a competir en un torneo de gimnasia deportiva. Las chicas ocupan los baños durante una buena porción de tiempo, pero son los pequeños riesgos de elegir un alojamiento sin comodidades diferenciales. No hay que hacerse drama.

Una estudiante adolescente nos indica en la parada del transporte público cómo llegar al centro y termina siendo lo más sencillo del mundo en una ciudad que no llega a los 500.000 habitantes según su último censo. Nada que ver con los casi 13 millones de Moscú o los alrededor de 6 millones que residen en San Petersburgo. Aquí no hay aglomeraciones.

Del corto trayecto hasta el edificio de oficinas donde nos espera Julia, parte del equipo del Comité Organizador Local, nos quedamos con el formato de los boletos del colectivo (iguales a los que utilizábamos en Buenos Aires muchos años antes de usar sólo las monedas, y ni que hablar de la tarjeta SUBE). También, con el accionar de una inspectora. Parece una jubilada tímida. Tiene hasta un pañuelo en la cabeza y no usa uniforme. Con una agujereadora va picando cada boleto como aquellos controladores porteños de antaño. Queríamos ir al centro, pero viajamos en el tiempo.

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