Una oferta sexual rumbo a Saransk

Entre Kazán y Saransk hay 396 kilómetros por la vía más rápida para trasladarse en automóvil (unas 5 horas y media de duración), pero elegimos el tren común por una cuestión de costos, y el viaje transcurre en 9 horas y 45 minutos. Por momentos el trayecto se hace realmente agotador. Y la ubicación en las cuchetas del camarote, por lo menos para mí, no es la mejor. Esto de estar tumbado a poco más de medio metro del techo da sensación de agobio.

Lo más interesante surge cuando conocemos a Anatoly, un prestamista que practica la usura por diversas regiones de Rusia, desplazándose siempre en el ferrocarril para ahorrar el máximo de dinero posible, y que está acostumbrado a vivir todo tipo de aventuras, más allá de las que le comporta el oficio al que se dedica. Tiene el cabello corto, de color castaño muy claro, ojos claros saltones, es corpulento, parece un inocentón de risa fácil que, sobre todo, alienta la conversación porque habla español fruto de haber vivido varios años en Málaga, Andalucía.

Hasta ahora sólo habíamos encontrado dos personas de habla hispana en este periplo. Yulia, nuestra guía en San Petersburgo, y Vadim, un ucraniano que nos encontramos en Kaliningrado, que vivió en Quilmes y se conoce de pé a pá el conurbano sur de la provincia de Buenos Aires. Vadim, quien vino a despedirse de nosotros la última noche en Kaliningrado, estaba encantado en Argentina y tiene un gran amigo incluso en La Plata, pero regresó a Rusia para estar cerca de su madre y cuidarla porque está muy enferma.

Lo más divertido en la escena que nos tiene a Carolina, Anatoly y a mí charlando frente a uno de los enormes ventanales del vagón, surge cuando una rusa (o nacida en alguna exrepública soviética) que tiene el cabello negro rizado y ojos oscuros, más de cuarenta años y mirada pícara, aparece en el vagón comedor para hacerle miraditas y cuchichearle al oído. Anatoly nos cuenta que la mujer en cuestión le está ofreciendo, entre discreta y no tanto, un buen rato de sexo y alcohol en su camarote. Anatoly sonríe. Ha tomado algo de tinto y se deja tentar, pero no acude ni compra la oferta. Cuenta que ya la conoce y que se la ha encontrado antes. Infla el pecho copa en mano y proclama que no va a caer en la tentación. Personaje.

Pasado el mediodía nos da un hambre bárbara y con Carolina pedimos comer porque no habíamos casi desayunado en Kazán, en donde la salida de la ciudad no fue exenta de tensión. Un taxista asiático en la puerta del Kremlin al vernos la cara de apurados nos clavó 2.000 rublos (35 dólares, más de 600 pesos argentinos) para llevarnos en un viaje que en realidad no costaba ni la mitad. En este tren a Saransk nos vuelven a saquear por culpa del hambre irresistible con la que nos subimos. Decidimos hacer un video y guardar la cuenta. Al fin y al cabo, todo es experiencia.

Cuando ya entrada la noche llegamos a Saransk, la ciudad más pequeña de todas las sedes de la Copa del Mundo, nos recibe Eugene, integrante del equipo del COL, junto a su amiga Anzhela, una atractiva y dicharachera joven que nos cuenta que ha vivido unos años en Estados Unidos y le encanta viajar. Eugene es super correcto, atento, y junto a su amiga nos llevan a cenar al McDonald's de Saransk, en el que descubrimos en el menú los langostinos en gabardina, como le dicen en España a los gambones rebozados. Una delicia a precio inferior a cualquier hamburguesa.

Acto seguido, como en el Hóstel Shpinat no respetaron la reserva al haberse hecho demasiado tarde el horario de nuestra llegada, Eugene y Anzhela nos consiguen habitación en otro alojamiento.

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