Plaza Roja, Kremlin, Policía y Maradona

La pieza que nos han cedido en el Godzilla's Hóstel es larga, que no ancha. Por eso no hay un espacio concreto al costado de la cama para manipular los equipos con comodidad. Las valijas se presentan en forma de montón apenas uno abre la puerta. Al lado, una papelera que va a servir como tacho de basura portátil. Pronto la ropa se amontona en un sillón cuya piel exhibe años de uso. Por suerte la calefacción funciona, retazos de alfombra en el suelo aislan del frío, y eso hace que la pequeña aventura de transitar el interior del alojamiento para llegar a alguno de los baños compartidos, sea menos escabrosa.

En la recepción, Alexei, el encargado a esta hora, hoy, tiene unos treinta, treinta y dos años, y hace un rato no tuvo problema alguno en organizar esa habitación y en informar con dedicación acerca de los servicios que ofrece el lugar. Lavar la ropa en uso es uno de ellos, aunque lo descartaremos. Moscú vive la primavera más fría de su historia desde 1935, y el clima no motiva para realizar ese tipo de tareas. El gran acierto ha sido comprar antes de salir un par de conjuntos de indumentaria térmica, camiseta más pantalón, en un par de tiendas de Chacarita, cerca de la estación Lacroze del subte B. Imposible calibrar el carácter fundamental de esa decisión hasta que los 2 grados bajo cero que hay en la capital, y su agua nieve inesperada para esta época, ajan el rostro y cortan las manos.

El primer destino, después de haber logrado descansar unas horas y degustar algunas delicias de pollo frito en el local que KFC tiene cerca de la estación Tsvetnoy Bulevar de la línea 9, la gris, del Metró de Moscú, es el origen de todo. La Plaza Roja y el Kremlin. Frente a la casa de gobierno de Rusia se encuentra el reloj que marca la cuenta regresiva del tiempo que falta para que dé comienzo la Copa del Mundo FIFA 2018. Hay mucha gente paseando por los alrededores. Algunos sacan fotos. Otros salen o ingresan al Okhotny Ryad, el gran centro comercial en el que te cobran 40 rublos si querés ir al baño a hacer tus necesidades o lavarte las manos, que se encuentra en el subsuelo frente al Kremlin. Y varios muchos caminan rumbo a la entrada de la Plaza Roja para dirigirse al Gum, otro gran centro comercial de la zona, ubicado sobre la izquierda, en el interior de la legendaria plaza.

Gracias a la ayuda que nos brinda nuestra colega Julia Domínzain, una argentina que se destaca en la pantalla de RT TV (Rusia Today en español), damos con la posibilidad de dialogar con Nicolás Baretto, joven de 18 años que se ha venido a vivir a la capital rusa confiado en que el conocimiento del idioma que le proveyó su madre, una mujer rusa que vivió 25 años en Buenos Aires, le ayudará a no tener que regresar a Argentina para volver a sufrir los problemas económicos que le obligaron a exiliarse tan lejos, derivados de las decisiones del actual gobierno.

Finalizando la entrevista con Nicolás, que pronto van a ver en el Canal 7 de Mendoza en el marco de la cobertura informativa que realizamos en cada ciudad sede del Mundial de Rusia 2018, llega lo inesperado. Dos automóviles de la policía local de repente nos cierran el paso, y un par de agentes, un hombre y una mujer, se acercan intimidatoriamente para solicitarnos nuestra identificación. Sobre todo, insisten en pedir un permiso especial que deberíamos haber gestionado, pero que no tenemos. Nos enteramos entonces que en la Plaza Roja está prohibido utilizar trípode para sacar fotos o filmar, así como efectuar entrevistas. Y que únicamente es posible trabajar de esa manera después de tramitar con éxito un salvoconducto especial que sólo expide, tras de una serie de trámites burocráticos, el propio Kremlin de Moscú.

Nicolás hace gala de una inusual calidad para las relaciones públicas, hasta el momento desconocida por nosotros, y tras una acalorada conversación con los agentes, éstos acceden a dejarnos salir de la Plaza Roja sin llevarnos detenidos, lo cual era en apariencia su objetivo inicial. En Buenos Aires, Florencia, una amiga de Carolina Grillo, mi compañera, nos había avisado de algo importante. "En Rusia, cuando alguien te dice "no", es "NO". Sobre todo, cuando quien lo dice es policía o militar". Acabamos de constatarlo. Los agentes insistieron en que borráramos todo el contenido grabado en la cámara. Después de eliminar un par de fotos descartables, la pericia de Carolina los convenció de que lo habíamos hecho. 

Es el segundo episodio que se conoce en el que los apuntados hayan salido indemnes de tan pésimo momento. El primero fue Diego Armando Maradona, entrada la madrugada del 6 de noviembre de 1990, horas antes de jugar por los octavos de final de la Copa de Europa 1990/91 frente al Spartak de Moscú de Valeri Karpin y Aleksandr Mostovoi. Eliminatoria en la que el Napoli, campeón del fútbol italiano, iba a quedar eliminado por penales al perder 5-3 después de que ambos partidos, en Italia y en Rusia, hubieran finalizado en empate (0-0). 

Maradona, distanciado del club, no había viajado con sus compañeros pero, después de que ellos llegaron a Moscú envueltos en la polémica por su ausencia, sintió la necesidad de jugar y viajó a último momento con pasaporte diplomático en un avión privado para darles la sorpresa y tratar de aportar lo suyo en el juego decisivo. Eso sí, antes de ir al hotel a reunirse con ellos, quiso conocer la Plaza Roja y el Kremlin y apareció en un taxi a las 2 de la madrugada en medio del lugar con dos acompañantes, en pleno toque de queda en la capital rusa. En un flash, un montón de agentes se abalanzaron con sus armas sobre el taxi, dispuestos a todo. Pero cuando la puerta se abrió y apareció Diego con un abrigo de piel y una sonrisa, los militares, boquiabiertos, depusieron sus armas y le pidieron sacarse un montón de fotos de recuerdo. Uno hasta le obsequió a Maradona su gorro militar. Diego, después de pedir disculpas a sus compañeros, apareció en las fotos del día siguiente con el gorro puesto. 

El paseo y las experiencias vividas tras conocer y recorrer la Plaza Roja y el Kremlin, no sólo nos han permitido salvaguardar el trabajo de documentación realizado, que no es poco. También nos han ofrecido una idea acabada de lo que significa el concepto de autoridad en el país que preside Vladimir Putin. Un rato después, de regreso al hóstel, cerramos la jornada en el restaurante 'Chan chan' (castellanizamos el nombre), frente a la estación del subte, gracias a la intervención de los dueños de un bar algo escondido que hemos conocido casi por casualidad, buscando dónde comer. Él, un moscovita de 35 años, fanático del Manchester United y admirador de Lionel Messi. Ella, una siberiana de 28 con ganas de viajar a Argentina en un futuro no muy lejano.
Se había hecho muy tarde para cenar, y en su bar sólo ofrecían tragos, por lo que nos han acompañado a la puerta del restó. Es un gesto que habla por sí solo de la enorme generosidad que tienen los rusos con sus visitantes cuando los ven necesitados de ayuda. 


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